El poeta
«Palabra Impronunciada» (302 páginas)
TRES GLOSAS Y UN SOLO ELOGIO
(1951)
1
“Que por tu beso el vino olvidaré”
Ben Jonson
Del claro mármol del viento
sacaré la veta pura
para hacer tu monumento;
y en él, con hierro, pondré
para siempre “que por tu
beso el vino olvidaré”.
Pero mi galantería
tiene más de timidez
que de docta cortesía;
y es agua que no remansa,
que no aquieta en su desliz
la fuente de la esperanza.
Tal vez por ello no sea
edificado mi intento
como mi alma desea:
Del claro mármol del viento.
Y tu altitud quede trunca,
sin su homenaje, y no pueda
beberme tu beso nunca.
29 de agosto del 51
2
“Los que ojos para verte ahora tenemos
para loarte de lengua carecemos”
W. Shakespeare
Reconozco tu mano; sí, es tu mano
de morena presión, su mismo rasgo:
la brisa del manzano
todo de blancaflor, vive en su hallazgo.
Reconozco tus ojos, submarinas
grutas donde las algas se arrinconan
y tardes pueblerinas
que picaflores verdes desmoronan.
Reconozco tu cuerpo, construido
con madera de Dios, suave madera
de álamo, extendido
hacia las manos de la Primavera.
Es la imagen de ti, todos la vemos,
mas como mira el pez en la pecera
limitado a su esfera,
”los que ojos para verte ahora tenemos
para loarte de lengua carecemos”
querida compañera!
agosto 30 del 51
3
“A vuestros ojos un cantar tan puro
como en el mármol blanco el agua limpia”
A. Machado
Tender la mano buena a la amistad
del sol amplio y maduro.
Sentir torcazas en los ojos graves
y a flor de labios “un cantar tan puro
como en el mármol blanco el agua limpia”
que logre eternidad de su minuto.
“Como en el mármol”, sí. “El agua limpia”.
Abrir la jaula de la pobre fuente
para que sea prisa.
Y bajo el limonar, junto a la tierra
que sufre dulcemente nuestras plantas
llamarnos: compañero y compañera.
agosto 30 del 51
MADRUGADA
Madrugada. Tomamos el amargo
mate cordial con nuestro padre viejo.
El cielo desarruga el entrecejo,
parpadea un lucero sin embargo.
Tenemos borroneados los perfiles
en el síntoma azul de la alborada.
De pronto, somos hombres juveniles,
—nos comprendemos sin decirnos nada—.
Y pensamos las mismas inquietudes
diarias, que pesan en las multitudes:
el vestido, la casa, el alimento.
Aunque sabemos que la madre buena
—aunque tuviera que espigar al viento—
hará eterno el milagro de la cena.
ROMANCES DE TACUAREMBÓ
El maizal que bambolea
su secreto dorador,
comprende bien a la tierra,
tiene raíces, yo no.
El arroyo que en su lecho
acuna cielo y temblor,
comprende al cielo y la tierra
—cosa que nunca haré yo—.
Y ando en averiguaciones
desde la piedra a la flor,
buscando correspondencias
entre las cosas y yo.
Me dicen que acaso sea
olvido o gracia de Dios.
*
Atardeceres de mayo
de una luz fría y redonda
en que sólo el corazón
guarda tibieza de alcoba.
Árboles que fueron verdes
se confunden con sus sombras:
plumas negras, ramas tristes
con un puñado de hojas…
Pero en los ranchitos bajos
de tierras negras y rojas
hay un fogón encendido
y alguien canta una milonga.
*
Pensarás que estos romances
más que ser sólo parecen
serlo, porque mucho olvidan
o no dicen nada a veces!
Te ha de sonar a tormento
su pálido sonsonete.
Y sólo habré de decirte
que disimules y pienses
que bajo las aguas turbias
otras aguas puras vienen.
NOCTURNO DEL CABALLO
En la noche, tan sólo imaginable
cuando el ala del párpado se abate
o en fuegos solidarios,
vamos al paso y juntos, noble ser
de la cola en el viento
y las orejas móviles
enredadas al gajo
de las constelaciones.
No el artificio ecuestre
ni el símil de la bestialidad,
ando contigo
fuerte caballo,
como bestias de carga
compañeras
en trabajar en vano
—pero poniendo todo en su trabajo—.
No sé si es de cedrón la noche ésta
pero hacemos camino en su sabor.
Al paso,
al paso
con mi mano derecha
sobre el remate de tu crin arisca,
sintiendo tu organismo
en la pelea totalitaria
y material, que logra
esa flor increíble de la vida
(en rumorear de abejas industriosas
bajo la piel sensible
de tu lomo).
Y ya no soy el hábil caballero,
el jinete de espuelas y
de freno.
Soy, como tú, un esfuerzo
una búsqueda diaria
de alimento,
una necesidad de luz y campo
y un rincón de planeta
para hacerse el ausente, sueño adentro…
La noche es simplemente sombra ajena,
no importa que los gatos sean pardos
porque el refrán
no reza con el hombre.
Al paso,
al paso y en la noche…
Nada te ata a mi mano
ni el freno de metal
ni el tábano estrellado que te urge.
Buscarás cuando quieras tu alimento,
la yerba proba
la aguada con tu sed,
y si te enervas,
buscarás la yegua
que ondea como un fuego en la dehesa,
mientras que yo conoceré un hotel
con un cuerpo caliente a mi costado
y pudiendo ser rayo y ser origen
—mono enguantado—
moriré en el acto.
Y andarás en tu noche
y yo andaré en la mía.
Nos une el hondo pozo planetario,
la fecha y el lugar común.
Nos unen
algunas apetencias coordinadas,
la gracia del oxígeno,
la intensidad del agua,
y el paso de mis piernas
que me clava
en lo puro de la tierra,
donde asordan tambores festivales
tus cuatro cascos
claros como gritos.
Al paso,
al paso…
No sé qué noche es ésta de verano.
Siento latir tu ser en mi derecha,
tu organismo que honran vegetales
—tu infiernillo de yerbas—.
Y ya no pienso: lo que pude ser.
Y no me acaramelo en un: mañana…
Y como esto
ciertamente lo oyes,
al paso,
al paso,
para que no parezca burla cruel
o abuso de confianza
del racional al bruto,
supongo que me entiendes
de la única manera que deseo
que me entiendan,
y me dejas vivir, sin atacarme
con tus muelas terribles de molino
y tus cascos surgentes
de relámpagos…
Noble ser que remontas la noche,
con mi noche vengo a tu paso
y canto:
Tienen el mismo peso
nuestras sombras en la tierra.
EPIGRAMA
Hoy en el hilo de colgar la ropa
dejó la lluvia gotas transparentes.
Si digo que semejan la constelación
de perlas que adornaran la belleza
de Beatrice de Este en el retrato
de Ambrogio de Predis, dirán, lo sé
—malabares de esteta—
si digo que parece romadizo
en la nariz de un niño resfriado,
borbotarán: —la náusea del realismo—
si el collar de la Virgen
—ya se sabe—
si la lejana risa de Afrodita
—que el profesor me borronea los versos—
si el ordenado ciclo de los mundos
en el ábaco inmenso
de los cielos
—raptos de un misticismo trasnochado—
si hablo de sudores que descienden
por la espalda de un peón de Vialidad
que se cocina a fuego lento y diario
—ah, no, panfletos no. ¿Y el Arte, amigo?—
Si digo que en el hilo de la ropa
dejó la lluvia gotas transparentes
—¡Alerta! ¿qué se esconde y agazapa
«sotto il velame degli versi strani…»?—
y a la verdad que lo que ven mis ojos
—mis ojos que no olvidan—
vale más que cualquier equivalencia.
marzo. 1963. tcbó.