El poeta

    MUNDO SECO

    Junto a la piedra gris
    salta el salta/
         montes.
    El saltamontes verde
         de transparentes
    alas rojas
    alas rojas que sólo ves
         cuando escapa volando
    blindado por la dura
         verde caparazón.
    Junto a la piedra gris.
    Lejanas quemazones
    anuncian la sequía prolongada.
    Los rastrojos de yesca
         aguardan una chispa
    alambradas de púas naturales
         sobre la roja tierra
         circulada por hormigas.
    Los eucaliptos quietos
    los pinos tiesos.
    Ni una gota de viento
         el aire se respira
                y duele.
    Un horno cocina minuciosamente
                todo el norte.
    Un halcón pico abierto
                posa en un poste
                telefónico.
    Su perfil egipcio dura poco
                perseguido por un casal
         de enardecidas tijeretas.
    Tan delicadas tan ingrávidas
                vueltas furia
    por la proximidad del enemigo.
    Tan débiles tan subdesarrolladas
                vueltas uñas
                   y pico
                 para alejar al enemigo.
    Pese al bochorno. Medita
    esta lección
    de supervivencia
    y de heroísmo

4° SONETO AL BORDE DEL MILENIO
(Elecciones)

Ya están las listas y los candidatos,
que el cacique del barrio va a ofrecerte.
Con ellos cambiará su mala suerte,
no tu vida de eterno pelagatos.

No tendrás suela para tus zapatos,
pero tu voto —ya verás— convierte
a un zorro en líder, en el hombre fuerte,
hábil en componendas y contratos.

Es cierto, seguirás pobre y bien pobre:
tus hijos sudarán en la basura
para poder ganar un triste cobre.

Pobre pero contento: el patriotismo
se mide a la intemperie y no en la usura.
Das el paso adelante (hacia el abismo).

                                      7/6/94

De la frágil materia del olvido,
pétalo a pétalo, te alcé, ilusoria;
tan hondo para amar, tan resentido
que vuelvo el rostro a toda mi memoria.
(Pero no quiero en esta malagana
verte como a una Alicia en el espejo
inalcanzable, mancha de una plana,
cuando aquel niño despertara viejo).
La memoria es amante que requiere
un tiempo que no puede ser el mío;
no puedo ser un silbo de lo umbrío.
Yo soy el cazador, soy el que hiere.
Jacarandoso árbol de la flor
que pone azul a toda la plazuela,
y que te vio, guardándote, mi amor
como a fruto robado una chicuela.
(Y entre el varón que piensa en su moneda,
la luz original y un Dios gastado,
me voy reconociendo invertebrado
tiempo cesante y desamor que queda).

SOBRE PERFECCIONES Y OTROS RUBROS

No es la perfección una flor predilecta
—la rosa, la gardenia, el girasol—
ni el mármol de los dioses ni la terracota
de los ídolos, ni el barro rojo que el horno
devolvió en curva sexual. No es nada
de eso, ni el canon de la Anadiomena
de Sandro, ni Theda Bara ni la misma
Marilyn. El único canon te pertenece
como tus genitales o tu corazón
redoblante. Podrá tener el ser amado
mano de largos dedos florentinos
o cortos y cetrinos de taína o mapuche,
podrá tener ojos rasgados y sombríos
como cisternas mexicanas, podrá mirarnos
con piedras azules o culebras verdes,
será su talle de palma de dátil o de palo
borracho (y mira que no lo está quien
esto escribe) pero la perfección de ti
depende, y será perfecta a tus ojos reales
mientras bulla en la marmita de tu corazón
ese divino caldo que es lágrima y es semen
y es el único licor que beberán los hombres.
Y por ahora nada más. Cierra los ojos, ¿la
ves? Ésa es tu perfecta…

                       John Filiberto. Noviembre 2000

EL HOMBRE DE LA CÁMARA
                            a Dziga Vertov
                            y su Kino-Glass

El niño mirando filmes
en las matinés
a veces cerraba los ojos
—no era el sueño
sino que los cerraba
para continuar “filmando”
a su leal saber y antojo
las secuencias del filme.
Como un montajista
agregaba el material ajeno
sus secuencias
y así —digamos— coproducía
una película
intransferible.
Los efectos
originados por tal acto
a veces llegaban a confundirle
y discutía con sus amigos
determinados pasajes
de filmes
que —secretamente— había adulterado
lo recreado.
Era un montajista
y no sólo en las sombras
de la matiné.
Él componía o descomponía
la realidad
de su casa o la escuela
del paseo en el bosque
habitado
por pacientes pinochas
o el partido de fútbol
disputado en el barro.
Él componía o descomponía
     sus secuencias.
Agregaba sus torpes ilusiones
     sus pálidas princesas
     sus desbaratados sueños
mientras la araña de su cuarto
lenta descendía
sobre su rostro preocupado.

LA NUBE

Vas en taxi, y por la callecita
Tierno Galván,
desembocas en la circunvalación
del Palacio Legislativo.
Allí, por encima de la enormidad de mármol
del Palacio, en un azul dominante,
está la nube.
Una sola nube blanca, con su gris
por su propia sombra, que aumenta
su blancura.
Parecería el velamen de una nave
que naufragó en tanto azul.
Se la muestro al joven taxista.
Él me señala que en la línea
del horizonte crece una muralla oscura.
Miro La Nube.
Me digo: esta nube es sólo mía. Permanecerá
en mi memoria así tal cual,
aunque rápidamente se transforme, se adelgace,
y pierda su volumen angélico.
Esa nube es mía.
Pero ya no es mi nube, como otras cosas
personales, va desapareciendo, en un armario,
en una cama, en un escritorio,
en un jardín, en una quinta
que se abría al campo, en el campo,
con flechitas agitándose al viento que ya no
existe, como no existe ese campo, esas flechitas,
ese armario, esa cama, esa mesa, donde en un
bollón con su lágrima inmensa,
murió un pececito rojo.
Basta. Pero esa nube es mía.
Nadie podrá quitármela, mientras bajábamos por la
callecita Tierno Galván y desembocábamos en el
estuario del Palacio Legislativo;
y allí estaba, sola en el cielo azul,
mi nube.
Esa que ya no está, que
como muchas otras cosas en tu vida, entrarás
a dudar de su existencia, apenas
otro acontecimiento, otro encuentro,
prácticamente borre la nube;
y ni siquiera permanecerá
el cielo azul que fue su continente,
ni el taxi amarillo
y sus frágiles pasajeros.

LECTOR

Soy un lector de sueños
y de libros.
No soy intérprete de nada.
Soy un lector de circunstancias
y de mitos
y si expongo algún juicio
debe ser puesto en tela de.
Soy un lector de silencios
principalmente del silencio
del bosque.
Me gustaría escribir algo
en las alas de las grandes mariposas blancas.
Soy un lector de las secretas
melodías que entonan los murciélagos
volando.
Soy un apasionado lector de pájaros.
Escribí hace años
un largo poema sobre aves y pájaros
remitiéndome a San Francisco de Asís:
“Hermano Fuego”
“Hermana Alondra”
y sobre todo: “Hermano Mirlo”.
La lectura es mi origen y el curso
de mis días.
La lectura es mi aliento y me sobrevivirá
(eso espero) en los libros;
los míos y los ajenos (¿cuáles son ajenos?).
Soy un lector del cuerpo;
del cuerpo de la amada y de mi pobre cuerpo
y de los cuerpos todos de los infelices
de Treblinka o el Congo.
Soy un lector:
no sé si un ocio o una virtud
lo fundamentan.

BLUES DE JIMMY WILSON

Y sonarán los gritos de las aves acuáticas
sobre los negros lagos de cipreses musgosos,
y el polvo del verano transitará a su gusto
por las calles desiertas de un pueblo de Alabama…
Un hombre pasa, lento. No mira a nadie; cruza
el seco remolino del umbral de una casa.
Pero en el bar, la máquina traganíqueles canta:

            “Muros, terribles muros
            tenía Jericó;
            de alfeñique se hicieron
            a la divina voz…
            Sonaron las trompetas
            de plata del Señor…”

El blues sale a la calle a través de los muros.
Escapa en el vaivén de la puerta automática
y va multiplicando su oscuro rostro yerto
en rostros de burbujas y en espejos atónitos.
Una mujer no quiere oírle y se da vuelta
en el revuelto lecho ahogándose en la almohada.
Un hombre en su escritorio de frialdad y roble
desconecta el teléfono mientras fuma de prisa…

            “Muros, terribles muros…
            ………. de alfeñique ……….
            …… de plata del señor ……”

Y el blues no acaba nunca. Como si la consola
se hubiera descompuesto justo en el disco ese…
Alguien la va a parar: mueve la manivela
y el mecanismo cesa. Mas el disco implacable
continúa nombrando “las divinas trompetas,
los muros, los terribles muros de Jericó,
que fueron de alfeñique…” con una voz sombría
como la noche y cálida como el propio verano…

            Pero tú no entrarás,
            Jimmy Wilson, peón,
            con celeste fanfarria
            al divino portón.
            “Los muros, los terribles
            muros de Jericó…”
            Vagarás por las noches
            como un blues de ocasión,
            herido por el rayo
            sin ojos y sin voz…
            “de alfeñique se hicieron
            a la divina voz…”
            De dril envejecido
            camisa y pantalón.
            Con los zapatos rotos.
            Con desesperación.
            “…Sonaron las trompetas
            de plata del señor…”